domingo, 25 de marzo de 2012

UN GOBIERNO MUNICIPAL QUE PERMITE TELEVISORES PRIVADOS EMITIENDO HACIA EL ESPACIO PÚBLICO NO PUEDE SER DE IZQUIERDAS

EMPECEMOS CON UNA COMPARACIÓN QUE PUEDE RESULTAR CLARIFICADORA.

Imagine que las iglesias de la ciudad sacaran permanentemente unos cuantos bancos a la acera pública y colocaran en ella también pantallas de televisión para que sus fieles pudieran seguir las misas que se desarrollaran en el interior. Por ejemplo, para satisfacer a aquellos fieles que tuvieran demasiado calor dentro o quisieran fumar. Ello obligaría a que el resto de los ciudadanos que usaran la calle tuvieran que asistir también, activa o pasivamente, a esos oficios religiosos. Se les sometería al CHANTAJE de tener que oír misa para poder usar la vía pública. Un ataque a la libertad intolerable por varios motivos. Por una lado, habría contaminación acústica y visual, lo que provoca alteraciones fisiológicas . Ello también sucedería mediante la mera emisión de sonidos o imágenes sin sentido, como los de motores o de flashes estroboscópicos. Pero el abuso va mucho más allá que ese tipo de contaminación, pues esos oficios no son sonidos o imágenes sin sentido, sino elaborados productos con influencia psicológica en quienes los consumen, al margen de que lo hagan de forma activa o pasiva. Pero hay una tercera influencia que va más allá de lo psicológico, y es de tipo COGNITIVO, relacionada con la "visión del mundo" imperante en la sociedad. Si las autoridades públicas permitiesen esa invasión del espacio público, estarían dándole una especial carta de naturaleza a la forma de ver el mundo de los adeptos a esa religión. Esa religión dejaría de ser percibida como una opción personal para convertirse en un aglutinante social necesario, imprescindible y obligatorio, al mismo nivel que las instituciones públicas. En especial, sería percibido de esa manera rápidamente por los niños, cuyo inconsciente es especialmente sensible a todo tipo de símbolos que puedan satisfacer su ansia de formarse una imagen del mundo.

CONTAMINACIÓN ACÚSTICA Y VISUAL.

Los efectos perniciosos de la mera contaminación acústica son de sobra conocidos y no incidiremos en ellos. Los de la contaminación visual lo son un poco menos. Entre los muchos efectos fisiológicos que producen las pantallas de televisión con sus cambios de plano o luminosidad está la influencia neurológica. Existe incluso una técnica médica llamada EMDR que utiliza esos efectos para inducir movimientos oculares reflejos que alteran la estructura neurológica del cerebro, lo que obviamente es una invasión intolerable salvo que sea con fines médicos. En muchas personas, esos sonidos e imágenes pueden provocar alteraciones cardiovasculares, mareos, reacciones epilépticas, etc. Dada la proximidad de muchas de esas pantallas a la calle, pueden causar también distracciones reflejas, involuntarias, en los conductores, con el correspondiente peligro.



PRODUCTOS COMERCIALES AUDIOVISUALES. ESPACIO PÚBLICO.

La emisiones de televisión son mucho más que mera imagen o mero sonido. Son verdaderos PRODUCTOS COMERCIALES. Utilizan la imagen y el sonido como formato, pero son productos, artículos audiovisuales cuidadosamente elaborados para su consumo. Precisamente por ello deben pagarse diversos "derechos" (de autor, de emisión, etcétera) para acceder a ellos. Pongamos un ejemplo comparativo. Un crucifijo tallado en piedra no es una piedra, aunque utilice la piedra como "formato". Por eso se vende como producto, cuesta dinero, a diferencia de una piedra cualquiera de su mismo peso y composición química. Y ejerce una influencia psicológica y cognitiva. De la misma manera,los contenidos audiovisuales de la televisión están "tallados" en sonido e imagen, pero son mucho más que sonido e imagen. Ejercen una influencia en la mente más allá de la mera contaminación acústica que produciría un sonido neutro de sus mismos decibelios, o una emisión luminosa de su misma intensidad lumínica.
Esa influencia psicológica y cognitiva está buscada deliberada y sofisticadamente, por expertos, no es casual, atiende a determinados intereses. Esos productos audiovisuales están diseñados para ejercer una influencia en el consumidor (el consumidor voluntario paga por ella precisamente). Como sucede con muchos otros productos, ejerce influencia tanto su consumo activo y consciente, como el pasivo o inconsciente.
Todo producto, sea cual sea su naturaleza, debe ser consumido sólo de forma LIBRE Y VOLUNTARIA por las personas adultas. No puede imponerse su consumo ni mediante la imposición directa ni mediante imposiciones indirectas como el chantaje. Particularmente, NO PUEDE SOMETERSE A NADIE AL CHANTAJE DE TENER QUE CONSUMIR UN PRODUCTO COMERCIAL PARA ACCEDER A UN SERVICIO PÚBLICO.
Dicho de otra manera: las personas tienen derecho al disfrute de los recursos publicos sin que para ello sean forzadas al consumo previo o paralelo de ningún producto comercial.

Ese derecho tan obvio es pisoteado impunemente, de un tiempo a esta parte, por muchos empresarios de hostelería. Sacan u orientan sus televisores a la calle, para que los clientes de sus terrazas puedan consumir partidos de fútbol , videoclips musicales, etcétera.
Ello somete a los ciudadanos en el espacio público circundante al consumo, activo o pasivo, voluntario o forzoso, de esos mismos productos. Como la calle es un servicio público al que todo ciudadano tiene derecho, nos encontramos en una situación concreta del CHANTAJE INTOLERABLE al que hacíamos referencia. El ciudadano se ve forzado al consumo de un producto comercial para poder usar la calle, el más básico de los servicio públicos.
Es obvio que las autoridades deben PROHIBIR INMEDIATAMENTE ese abuso. Los televisores y sus emisiones audiovisuales deben quedarse estrictamente dentro de los propios locales de hostelería, para que esos productos puedan ser consumidos sólo por quienes quieran voluntariamente hacerlo. No importa la ubicación física del aparato de televisión. La emisión no debe invadir el espacio público, ni en su componente auditiva ni en la visual. EL "producto" no es el aparato en sí, sino sus emisiones. El aparato sólo es un mero objeto físico cuando está apagado.

Los transeúntes no tienen por qué escuchar misa para poder usar la calle, como en el ejemplo del principio, pero tampoco oír los altavoces que podrían sacar a la calle distintos tipos de negocios, como una academia de idiomas, que podría sacar altavoces con un curso de ruso a la calle, por ejemplo,para que sus alumnos fumadores pudieran seguirlo, obligando a aprender ruso también a la gente que pasa. Los ejemplos comparativos podrían ser innumerables.



POSIBLEMENTE PARA MUCHAS PERSONAS EL MUNDO SEA UN INMENSO CAMPO DE FÚTBOL. PERO NO PUEDEN IMPONER ESA VISIÓN A LOS DEMÁS. EN LA EDAD MEDIA PRETENDIERON CONVERTIR EL MUNDO EN UN ENORME MONASTERIO. HOY PARECEN QUERER CONVERTIRLO EN UN "BAR GLOBAL".

Los contenidos sonoros o audiovisuales propios de los bares no tienen por qué tener más privilegios que los de una iglesia o los de una academia de idiomas. Por decirlo con una frase gráfica, "la religión del fútbol no puede ser obligatoria".
Los clientes de los establecimientos hosteleros podrían ver sus partidos de fútbol en el interior, pero también quieren fumar. Si las pantallas y sus emisiones permanecieran en el interior de los bares, en ningún momento se conculcaría el derecho de los clientes, ni a fumar ni a ver fútbol. Sencillamente: si quieren ver fútbol, que se queden dentro; si quieren fumar, que salgan afuera. Pero por lo que se ve, el espacio público debe ser diseñado a la medida del cien por cien de la comodidad de los clientes de los bares. Como niños mimados que deben tenerlo todo, y al mismo tiempo. Las apetencias concretas de un perfil de clientes de cierto segmento empresarial parecen tener prioridad sobre los derechos generales de los ciudadanos. La condición de cliente de bar parece tener más importancia que la de ciudadano. El segundo debe sacrificarse y ver pisoteado su bienestar y sus derechos para que el primero vea satisfechas en su totalidad sus apetencias.


Es hasta cierto punto comprensible que un empresario hostelero le dé prioridad a los deseos de sus clientes, por caprichosos que sean, frente a los derechos de los ciudadanos. PERO LO QUE NO PUEDE PERMITIRSE ES QUE LOS PODERES PÚBLICOS LO TOLEREN.




INFLUENCIA COGNITIVA, ESTO ES, IDEOLÓGICA.

En otro orden de cosas, el consumo de esos productos induce a un marco cognitivo concreto, a una determinada "visión del mundo", a una especie de "religión". No hay nada que objetar a su consumo voluntario. Pero cuando se fuerza a su consumo se atenta contra un derecho más sutil que el derecho a usar la calle. Se atenta contra el derecho a pensar con claridad, a formarse una imagen propia del mundo sin injerencias forzosas en el sistema cognitivo. Como sucedería , por ejemplo, si altavoces emitiendo soflamas de una determinada religión invadieran las calles. No es descabellado imaginar, en un futuro próximo, un bar para inmigrantes musulmanes en cuya terraza un televisor emitiera continuamente versículos del Corán, obligando a ciudadanos y vecinos a aprenderlos a la fuerza.
Deben prohibirse esas emisiones de la misma manera que se prohíben las emisiones de gases u olores. De la misma manera que no se tolera la "estimulación olfativa" en la calle, debe prohibirse la estimulación acústica o visual. Y ello, al margen de la intensidad física porque, como hemos visto, esos contenidos van mucho más allá de una mera estimulación física. Los olores se prohíben al margen de su intensidad, imposible de medir con aparatos. Sencillamente "no tiene que oler". Esos contenidos audiovisuales, al margen de su intensidad, sencillamente no tienen que estar.


MENORES

El abuso es especialmente intolerable en el caso de los niños por varios motivos. Por un lado, como en el ejemplo comparativo del principio, influye en el subconsciente cognitivo, en la visión del mundo. Hay estudios científicos que muestran que los niños que crecen en un hogar en el que está encendida permanentemente la televisión están prácticamente condenados al fracaso escolar. La razón es simple: El consumo constante, activo o pasivo, de los prosaicos contenidos televisivos, induce a una visión del mundo en la que los estudios académicos no tienen cabida, lo que provoca su rechazo. La "visión del mundo" inducida por el consumo de esos productos televisivos fomenta el "cortoplacismo mental", la procastinación, la superficialidad de pensamiento y otros valores que son justamente contrarios a los que pretenden implantar los sistemas educativos. De forma sutil, pero indiscutible, fomentan el fracaso escolar en los menores. Y el fracaso escolar es el primer paso hacia la exclusión social. Los padres están en el derecho de controlar el consumo de televisión de sus hijos menores, lo dicen incluso las leyes audiovisuales. Pero si la televisión está en el espacio público se les conculca ese derecho. De forma más o menos indirecta se está fomentando el fracaso escolar y un futuro de exclusión social para sus hijos. Deja inermes a los padres para poder defenderlos de lo que termina siendo "pensamiento único". Como en el ejemplo del principio, los bares, sus contenidos y su ambiente, dejan de ser percibidos como una opción personal de consumo para convertirse, en el subconsciente cognitivo, en "instituciones". El "ambiente de bar" se convierte en la mente del menor en "el mundo real".
Es intolerable esa invasión acústica especialmente en los parques públicos, en donde los niños juegan. El juego de los niños es una parte importante del desarrollo de su personalidad, y no puede ser intoxicado por emisiones audiovisuales comerciales de consumo obligatorio que supondrían que el espacio dejase de ser "ideológicamente neutro". Seguramente muchos padres protestarían si un bar situado en un parque contaminase acústicamente la zona de juegos de sus hijos, permanentemente, con las emisiones de una cadena religiosa. Pues muchos padres tampoco quieren fomentar en sus hijos la visión del mundo prosaica y banal potenciada por programas de televisión basura. Pero tampoco querrían ver contaminados los juegos de sus hijos con un reportaje sobre la vida animal o con un curso de idiomas. Sencillamente, cuando los niños juegan, deben jugar.

La invasión acústica provocada por altavoces en los parques pisotea el derecho al disfrute de esas zonas como las zonas tranquilas que deben ser. También para las personas mayores. No puede pisotearse ese derecho en aras del beneficio empresarial de un hostelero.

FARENHEIT 451. UN MUNDO FELIZ

Diversas obras literarias nos pusieron sobre aviso hace años acerca del totalitarismo subyacente en las estimulaciones sensoriales forzosas. En "Farenheit 451" se habla de una sociedad que odia los libros, y cuyos miembros son alienados mediante la estimulación visual constante provocada por pantallas. Pero ni siquiera en esa sociedad las "pantallas obligatorias" invadían el espacio público. Por otro lado, el consumo de esos productos audiovisuales, forzado mediante un ataque a la libertad, puede degenerar en una adicción sobrevenida, mediante un mecanismo psicológico similar al "síndrome de Estocolmo". Estaríamos así ante el caso de una droga forzosa, de tipo acústico-visual, que podríamos identificar como el "soma", la "droga de la felicidad obligatoria" de "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley.

¿DE IZQUIERDAS?

El autor de este escrito vive en la ciudad de Ourense, cuyo ayuntamiento está gobernado por una coalición "de izquierdas" PSOE-BNG. La Izquierda siempre se ha arrogado una especial sensibilidad hacia la defensa de lo público. Siempre se ha manifestado beligerantemente contraria a la expansión del consumo privado a costa de los derechos públicos. Y el derecho a la calle es uno de los más básicos de esos derechos. La Izquierda siempre abogó por la libertad del individuo, tanto en su acepción práctica de multiplicidad y respeto a diferentes opciones (incluso las más minoritarias) como en la más teórica, consecuencia del fomento de su nivel intelectual. Tanto en una o en la otra acepción, la libertad del individuo es mancillada por esos "televisores obligatorios". De forma explicita , la concejala de educación habló en su día de la intención de su gobierno de convertir a Ourense en una "ciudad educadora". Palabras que hacen reír, por no llorar, al ver que se tolera la "obligatoria televisión de fondo" en la práctica totalidad de las calles de la ciudad. Más anti-educativo, imposible. La Izquierda siempre consideró importante un entorno que fomentase el estudio, el crecimiento intelectual de los menores que les hiciese más fuertes para evitar alienaciones o manipulaciones. También son risibles las recientes palabras del alcalde acerca de su intención de convertir las calles en "calles amables", cuando tolera que para caminar por ellas haya que estar dispuestos a soportar nauseabundos altavoces de forma ubicua y continua. Y cuando tolera que las personas ancianas, que entran en esa categoría de "Los Débiles" que la Izquierda siempre dice defender, tengan que vivir en una ciudad-infierno en la que no puedan caminar sin tener que soportar altavoces ubicuos y eternos, ni siquiera en muchos parques públicos.

ESOS ALTAVOCES OBLIGATORIOS SON UNA ESPECIE DE "GRAN HERMANO" QUE MANTIENE EL CEREBRO DE LAS PERSONAS, EN ESPACIO PÚBLICO Y DE FORMA OBLIGATORIA, PERMANENTEMENTE SINTONIZADO EN EL "ESTADO MENTAL DE BAR". LAS PERSONAS LÚCIDAS NO PUEDEN QUEDARSE DE BRAZOS CRUZADOS.

¿Se toleraría un televisor de fondo, con un partido de fútbol, en un pleno municipal?. Por supuesto que no, pues trivializaría las discusiones y las decisiones de los representantes públicos, además de mermar en parte sus capacidades intelectivas. Pues las personas tienen derecho a que nadie trivialice su vida al margen de su voluntad, ni que ningún interés económico merme sus capacidades intelectivas arbitrariamente, en espacio público. En espacio público, las personas tienen derecho a darle a sus actos la importancia que estimen oportuna. El mundo es algo más que un bar. ¿Cómo puede sentirse una persona que viene de enterrar a su padre, o a su hijo, o de perder su empleo, si se le obliga a soportar videoclips musicales en espacio público?. Esa clase de productos de consumo deben quedarse en lugares restringidos para ser consumidos sólo de forma voluntaria. De la misma manera que una iglesia no debe sacar altavoces a la calle para que un paseante feliz por tener su primer hijo, tenga que soportar los oficios y los cánticos de un funeral que se desarrolle en el interior.
Si se toleran esas conductas, ello no hará más que dar pie a nuevas violaciones de derechos ciudadanos. Esa clase de abusos no hacen más que aumentar y engendrar otros peores cuando no se cortan de raíz (el famoso símil de la "ventana rota"). Si las autoridades no hacen nada , deberán ser los propios ciudadanos los que tomen medidas. No se trata de llegar a una "noche de televisores rotos" (o de cables coaxiales cortados), pero sí protestas verbales directas, boicot a esos establecimientos por parte de la gente lúcida y con sensibilidad hacia lo público, solicitud masiva de hojas de reclamaciones, denuncias por ruidos, etc...Los jóvenes, más imaginativos , pueden organizar a través de las redes sociales distintos tipos de "flash mobs" como, por ejemplo, detenerse a charlar en la acera delante de las pantallas que emiten hacia las terrazas (es espacio público, cualquiera puede detenerse en él a charlar mientras no interrumpa el paso). Saturando las líneas telefónicas de la policía local mediante protestas por ruidos a las horas en las que sea absolutamente imposible caminar por amplias zonas de la ciudad sin soportar televisores, a menudo durante partidos "importantes" (entre comillas, claro). Escribiendo cartas de queja a los periódicos, creando grupos de protesta en las redes sociales, etc. Y empezar a retirar el apoyo electoral a los gobernantes que lo permiten, dándoselo a las opciones políticas que se manifiesten sensibles a ese tipo de MANIPULACIÓN ALIENANTE Y TOTALITARIA (y a otras formas de contaminación acústica que convierten en un infierno la existencia cotidiana de muchos ciudadanos).


CONCLUSIÓN. TOLERANCIA CERO.

Los contenidos sonoros de los bares, que se queden ESTRICTAMENTE dentro de los bares. El permiso para invadir espacio público debe limitarse a la colocación de objetos físicos, que además no degraden el espacio público: mesas, sillas, sombrillas o calefactores. No debe invadirse espacio público con emisiones audiovisuales, de la misma manera que no pueden hacerse con olores, o con radiaciones. Los ciudadanos no pueden tolerar estímulos sensoriales forzosos, sobre todo cuando son verdaderos productos de consumo. Tolerancia cero con esa invasión del espacio público. Nadie tiene por qué verse obligado al consumo de productos que no tienen por qué interesarle para acceder al espacio público. Ello sería obvio incluso en el caso de productos inocuos. Máxime cuando repercuten en la salud física, psíquica y cognitiva de las personas.